Conclusiones del curso sobre «Detección y Prevención de las Conductas Suicidas»
«La primera idea gira en torno a la necesidad de favorecer espacios en los que los profesionales puedan compartir experiencias, vivencias, y sentimientos generados a partir del suicidio de una persona. De esta forma pueden expresar el malestar generado, y aceptar que es una realidad con la que nos podemos encontrar.
En el mundo existe una incidencia entorno a las 10 personas por cien mil habitantes año, que varía según el país y el momento. En este sentido, tenemos que saber en que el suicidio de uno de los pacientes, clientes, o usuarios a lo que atendemos, es posible, y en un número de casos inevitable. Podemos intervenir, debemos intervenir, si bien deberemos ser conocedores de que no es posible reducir el riesgo a cero.
Por eso, será imprescindible conocer la realidad de las personas con las que trabajamos, tratando de entender sus síntomas, recabando las informaciones precisas, evaluando sus riesgos y conociendo sus condicionantes. También conviene que el ejercicio diario no rutinice en exceso nuestra actuación.
Es importante mantenernos atentos a los síntomas de desesperanza, abandono personal, a la desconexión del mundo cotidiano, a la soledad, a las personas frágiles o a la tristeza vital de las personas a las que atendemos.
Si es posible, debemos tratar de conocer los factores protectores que forman parte de los individuos o de sus contextos. Quizás amplificándolos, consigamos propiciar una oportunidad de mejora, y podamos prevenir una conducta futura de autodestrucción. Entiendo que en este sentido encontrar un lugar del que formar parte, sentirse importante para alguien, valorado, y sentirse querido puedan resultar experiencias protectoras.
Jon García Ormaza definía tres tipologías en las personas que desarrollan conductas suicidas: Las asociadas al sufrimiento vivido entorno a la enfermedad mental. Las asociadas a la impulsividad, quienes quiere todo ya y tienen graves dificultades para encajar los reveses. Por último, una tipología más complicada, a la que resulta más difícil acceder, y que está relacionada con el deseo de morir.
Se recogen dos circunstancias o situaciones en las que podemos claramente actuar, tratando de disminuir la incidencia de las conductas suicidas. La primera seria tratando adecuadamente episodios graves de depresión, y por tanto reduciendo el riesgo de llevar a cabo la conducta suicida. La segunda con la limitación de acceso a los métodos, y herramientas que puedan existir en el entorno próximo de cada persona en riesgo».
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